"Las tendencias ocultas de la gastronomía en 2024: lo que realmente importa en la mesa"
Que el año nuevo comience en plena noche oscura del alma del mundo, con las criaturas hibernando a resguardo en sus cuevas y la tierra en un estado de aparente letargo bajo la escarcha, carece de toda lógica. El verdadero inicio del ciclo natural es la primavera, con su renacer, su brote fresco, su florecimiento, y el arranque de las labores agrícolas. Sin embargo, los humanos somos así, caprichosos y contradictorios, y celebramos cuando el calendario indica que hemos llegado al día uno del mes uno, aunque eso no nos favorezca en absoluto. Es como despertarse de golpe en una habitación oscura tras una siesta mal llevada, con el cuerpo enredado como un calcetín, un pegote de baba seca en la mejilla y un humor formidablemente agrio. Somos criaturas fascinantes.
Y toca hacer balance. En mi caso, eso significa ponerse cara a cara con lo escrito este año y prestar atención a los silencios; a lo no dicho. Wittgenstein, uno de los filósofos más importantes de la historia, afirmaba que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Esto es, cómo hablamos del mundo acaba dibujando el mundo del que hablamos. El lenguaje crea la realidad y, más allá de hablar de lo que vemos, cómo hablamos determina lo que vemos y cómo lo vemos. Lo que no decimos no existe.
Este año el tema del precio de los alquileres nos ha estallado en las narices, pero no hemos hablado de cómo es hacer la comida o la cena en una cocina de cinco metros cuadrados en un piso compartido con otras tres personas, ni de lo que es sentir un escalofrío en el espinazo al pensar en la factura de la luz al hacer el gesto de encender el horno.